Tuesday, July 16, 2013

SANDRO MAGISTER SE HA EQUIVOCADO...


 

Un comentario de Alessandro Magister, el analista en temas Vaticanos de «L'Espresso», señala que el Papa Francisco impone todo el peso de su autoridad en cuanto se trata del procesamiento de nuevos santos en la Iglesia. "En las beatificaciones y canonizaciones el Papa actúa como monarca absoluto", concluye Magister—y señala el “desbloqueo” por el Papa de la causa de beatificación de Mons. Romero como un ejemplo. Discreparemos con el señor Magister sólo por esta vez—al menos con respecto a su afirmación de que el "desbloqueo" de la causa de canonización de Mons. Romero por el Papa Francisco ha sido una exhibición inusual de influencia papal.
Refutar la lectura del señor Magister que la acción del Papa es inusual se reduce a tres puntos:
  • La intervención papal sobre causas particulares no está fuera de lo común, como se desprende de la historia de la causa Romero—que ha dependido de las preferencias papales desde el principio;
  • Francisco no ha dado ninguna ventaja especial a la causa de Mons. Romero, solo la ha puesto en pie de igualdad con otras causas al remover cualquier trampa excepcional que pudiera impedir su progreso; y
  • El "desbloqueo" de la causa de Mons. Romero fue parte de un proceso que ya estaba en marcha y en el que la intervención del Papa no es tan dramática como podría parecer.
En primer lugar, la participación personal, activa, del Papa, en causas particulares no es nada inusual. De hecho, la participación del Papa en la causa de canonización de Mons. Romero no es inusual. Es parte del curso. Tanto así que el relator del proceso de Mons. Romero, P. Daniel Ols, dijo en una entrevista en 2003 que "si el Santo Padre quiere que las cosas aceleren, se aceleran". En La Fabricación de los Santos: Como la Iglesia Católica determina Quién És Santo, Quién No És, y Por Qué (1996), Kenneth Woodward revela el grado de participación del Beato Papa Juan Pablo II en la institución del proceso de canonización de Mons. Romero.  Woodard detalla cómo el Beato Juan Pablo creía que Romero había sido un mártir, pero pidió a las autoridades de la Iglesia Salvadoreña desistir de iniciar el proceso de canonización hasta el momento en que podrían estar seguros de tener una recepción positiva. Woodard escribe, "es evidente que Juan Pablo II había interceptado personalmente, por el momento, cualquier esfuerzo por parte de los funcionarios de la iglesia salvadoreña de introducir un proceso de canonización de monseñor Romero". Él señala que, "una intervención papal tan directa es muy rara, pero no sin precedentes". Woodward, pág. 45 (el resaltado es mío). De hecho, la causa no se inició hasta que el Papa autorizó el tiempo: a pesar de que la causa "no gustaba en algunos dicasterios vaticanos ... Juan Pablo II, personalmente y a pesar de ello, dio el visto bueno" (Sobrino—el resaltado es mío). Así pues, Mons. Romero ha dependido de la autorización papal desde el principio.
En segundo lugar, con el "desbloqueo" del proceso Romero, el Papa Francisco no ha dado a su causa de canonización ninguna ventaja especial sobre otras causas. Simplemente ha asegurado que lo contrario no llegue a ser cierto—ha garantizado que el proceso de canonización de Mons. Romero no sea sometido a nuevos retrasos debido a consideraciones políticas. El Obispo Auxiliar de San Salvador, Mons. Gregorio Rosa Chávez, ha señalado que a pesar de saber que el Papa Francisco "está absolutamente convencido de que Romero es un santo y un mártir" y que "todo parece indicar que los astros se están alineando para esta beatificación", sin embargo, se deberá seguir "los tiempos de Dios, que no son como los nuestros".  El embajador de El Salvador ante la Santa Sede, Manuel López, perteneciente a la Orden Soberana de Malta católica, también se refirió a los próximos pasos. "El postulador presentará la positio a la Congregación de las Causas de los Santos, será analizada primero por una comisión de teólogos, y luego por una de cardenales, y las dos comisiones pasarán sus recomendaciones al Papa, quien tomará la determinación final", dijo López. En otras palabras, el curso que el proceso de Mons. Romero seguirá es el curso normal.
Por último—y esto lo reconoce muy francamente el señor Magister en su análisis—no está claro que tan decisiva ha sido la intervención del Papa Francisco, ya que el "desbloqueo" de la causa puede ser un acto meramente ministerial, que puede haber iniciado bajo el pontificado de Benedicto XVI, y que responde a desarrollos independientes en la oficina de canonización. En el 2012 «La Stampa» analizó que la burocracia tuvo "parte de la culpa" por la falta de progreso y que una directiva para reiniciar la "coordinación necesaria en las causas de beatificación entre la Congregación para las Causas de los Santos y la Congregación para la Doctrina de la Fe" podría poner la causa de nuevo en marcha. Eso parece ser lo que ha hecho Francisco. Por otra parte, Mons. Rosa Chávez ha afirmado que el Papa Benedicto XVI se había estado preparando para hacer lo mismo antes de su dimisión. Por último, en una entrevista en febrero de este año, el postulador de la causa, Mons. Vincenzo Paglia, reveló su plan para poner en marcha la causa de beatificación de Mons. Romero. «La Stampa» ha analizado que la estrategia de Paglia ha abierto una vía rápida hacia la beatificación de Mons. Romero. El Papa Francisco se ha limitado a confirmar estos hechos.
Por todas estas razones, el "desbloqueo" de la causa Romero no es evidencia del dedo del Pontífice sobre la escala, porque la actuación del Papa Francisco está en consonancia con los antecedentes históricos en estos procesos.

Posdata:

Por otra parte, el señor Magister también escribe que la causa había sido bloqueada “también por la influencia que había ejercido sobre el obispo Romero – y en especial sobre su [desbordante] producción homilética – el jesuita Jon Sobrino”. Pero, no es cierto que Sobrino haya tenido tal influencia en las homilías de Monseñor Romero. Sobrino ayudó a escribir una carta pastoral y un discurso de Mons. Romero, pero las homilías de Romero fueron escritas por el propio arzobispo, previa consulta con un pequeño grupo de asesores, que por lo general no incluyó a Sobrino.

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