Wednesday, June 15, 2016

Beato Romero, Testigo de la Libertad


 
BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
 

 
El Beato Romero en Washington, D.C. durante los años 50.



La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos ha incluido al Beato Oscar Romero entre los catorce “Testigos de la Libertad” que desea destacar durante la Quincena por la Libertad de este año. La Quincena por la Libertad es una campaña para fomentar la libertad religiosa y defender el derecho de las instituciones y fieles religiosos a ejercer su libertad de conciencia en la sociedad contemporánea norteamericana.

Los otros “Testigos de la Libertad” incluyen las Hermanitas de los Pobres, por su lucha en contra del mandato anticonceptivo de la ley sanitaria EE.UU, y los Santos. John Fisher y Tomás Moro, cuyas reliquias andan de gira por los Estados Unidos este verano, junto con otros santos antiguos y modernos tales como los SS. Pedro y Pablo; San Juan Bautista, SS. Felicidad y Perpetua, San Maximiliano Kolbe, Santa Edith Stein, Santa Kateri Tekakwitha y el Bto. Miguel Pro.

Mientras que algunos progresistas descartan la Quincena como un exceso conservador de los Obispos, existen los elementos para proponer al Beato Romero como un “Testigo de la Libertad” en el ámbito de la libertad religiosa. Los argumentos centrales serían que Romero luchó contra los ataques del gobierno de la Iglesia; y si bien estaba a favor de una distribución más justa de la riqueza, Romero no promovió el estatismo; y Romero generalmente quería restaurar una “civilización cristiana” para generar virtud cívica y promover valores humanistas en la sociedad. En estos parámetros generales, Romero es creíble como el tipo de “Testigo de la Libertad” que los Obispos buscan promover.

En primer lugar, Romero, obviamente, defendió contra una campaña feroz de persecución de la Iglesia. Pero la persecución que Romero resistía no se limitó al asesinato de sacerdotes que defendían a los pobres. Romero acusó al gobierno de persecución a causa por liberalizar las restricciones al aborto contra la firme oposición de la Iglesia (homilía del 2 de octubre de 1977) y comparó el aborto a la represión estatal (homilía del 17 de junio de 1979).

En segundo lugar, Romero quería una distribución más justa de la riqueza en El Salvador. Pero trató de lograrla más que todo apartando al gobierno—pidiendo que “Cese la represión” y deje de ser un ejecutor de la política económica injusta y poniendo matones a sueldo en servicio de la oligarquía. Si bien Romero favoreció la reforma agraria y otras medidas específicas, advirtió que las reformas aún las más urgentes no tendrían valor si venían “teñidas de sangre” (homilía del 23 de marzo de 1980).

En tercer lugar, Romero creía que el Pueblo Salvadoreño—el fiel y santo Pueblo Salvadoreño—sería su propio liberador. “Las reivindicaciones del Pueblo son justas y hay que defender la justicia social y el amor a los pobres”, dijo a los reformadores. “Pero si de verdad amamos al Pueblo y si queremos defender al Pueblo, entonces no podemos quitarle lo que tiene el mayor valor, es decir, su fe en Dios, su amor por Jesucristo, y sus sentimientos cristianos” (homilía del 13 de enero de 1980).

En este sentido, el Beato Romero se encuentra a la altura de Santo Tomás Moro, cuyas reliquias recorrerán varias ciudades EE.UU como parte de la Quincena de este año. “El martirio de Santo Tomás nos recuerda lo que puede suceder cuando el Estado busca dominar las creencias religiosas y darle una nueva figura a sus propios fines, a su propia selección de valores”, dijo el arzobispo de Westminster, el cardenal Vincent Nichols de Westminster, a principios de este año. “Cuando el cumplimiento de esos requisitos particulares se convierte en un absoluto”, advirtió, “entonces entramos en un camino de confrontación”.

El Beato Romero estaría de acuerdo. “Claro, que cuando se le respeta la libertad a la Iglesia y la autoridad civil también sirva a los intereses del bien común, la Iglesia y el Estado no tendrían ningún conflicto”, dijo el mártir salvadoreño. “Esta es la libertad que la Iglesia pide, y su libertad no la ocupará nunca para la subversión ni para oponerse a ninguna autoridad legítima sino para respetarla y para colaborar, pero siempre en servicio del pueblo al que la Iglesia y el Estado tienen que servir” (homilía del 7 de octubre de 1979).

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